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Al cerebro le encanta la grasa

El cerebro está lleno de grasa. Junto con el agua, es el componente más abundante. La necesita para desarrollarse y mantenerse, así como para la mayor parte de las funciones que desempeña. Por esa razón, el cerebro atesora la grasa, y esencialmente no la consume para obtener energía. La grasa del cerebro no se pierde cuando consumimos menos kilocalorías. Sin embargo, tan sólo la pérdida parcial de la grasa del cerebro como consecuencia de dietas bajas en grasa sería suficiente para reducir sus funciones vitales en el medio plazo.

El cerebro está lleno de grasa. Junto con el agua, es el componente más abundante. La necesita para desarrollarse y mantenerse, así como para la mayor parte de las funciones que desempeña. Por esa razón, el cerebro atesora la grasa, y esencialmente no la consume para obtener energía. La grasa del cerebro no se pierde cuando consumimos menos kilocalorías. Sin embargo, tan sólo la pérdida parcial de la grasa del cerebro como consecuencia de dietas bajas en grasa sería suficiente para reducir sus funciones vitales en el medio plazo.

También puedes acceder al artículo íntegro en: https://www.huffingtonpost.es/raquel-marin/al-cerebro-le-encanta-la-grasa_a_23555593/?utm_hp_ref=es-homepage&ncid=other_homepage_tiwdkz83gze&utm_campaign=mw_entry_recirc

Sin grasa, el cerebro estaría mudo

El cerebro funciona como un gran centro de operaciones al que llega información tanto del estado interno del cuerpo como del sinfín de estímulos que recibe del entorno exterior. Gestiona esa ingente gran base de datos, la procesa y en muchos casos genera respuestas y reacciones dentro de un extenso abanico de posibilidades.

En esta labor que efectúa incansablemente tanto de día como de noche, la grasa de tipo funcional que el cerebro contiene es uno de los parámetros imprescindibles para que los aproximadamente 85.000 millones de neuronas que contiene puedan comunicarse entre ellas. ¡Y de qué manera! Se calcula que cada una de estas células charlatanas pueda generar hasta 10.000 conexiones con otras neuronas a una velocidad de unas 1.000 conexiones por segundo. Hacer un somero cálculo mental de la cantidad del número de billones de mensajes que las neuronas pueden efectuar entre ellas en tan solo un día daría cifras vertiginosas. Se calcula que la red de conexión entre las neuronas constituye una impresionante red de comunicación de unos 1.000 kilómetros.

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Cerebro humano conservado en formol.

La comunicación neuronal se genera por impulsos electroquímicos en los que participan tanto sustancias químicas como un flujo de corriente que se propaga a través de la superficie de las neuronas. Para que “la conversación eléctrica” se haga a la máxima velocidad, la grasa que recubre las neuronas y lo que conocemos de manera coloquial como “nervios” es imprescindible.

Por otra parte, el recubrimiento de grasa evita que el cerebro se achicharre. Hay científicos que afirman que cuando nos levantamos por la mañana generamos energía suficiente para encender una bombilla de unos 20 watios. Aunque sean impulsos electroquímicos imperceptibles, si se activaran todos los estímulos a la vez en plena efervescencia neuronal podrían provocar un sobrecalentamiento. El mejor aislante natural de la electroquímica neuronal es la grasa que compone su estructura.

Colesterol y omega-3 son vitales para el cerebro

Las grasas del cerebro están exquisitamente elegidas en sus células. De ellas, aproximadamente un 25% es colesterol, que es necesario para muchas funciones cerebrales incluyendo la memoria y el aprendizaje. Las propias células del cerebro fabrican colesterol, por lo que no suele haber carencias de ese ácido graso.

Junto al esmero de las personas por comer saludablemente, también se crean estilos de dieta selectiva que pueden poner en riesgo la salud mental

Sin embargo, no ocurre lo mismo en el caso de una de las grasas favoritas del cerebro: los ácidos grasos poliinsaturados. Se conocen como “omega”, y sin duda los más nombrados son los omega-3. Junto con la retina del ojo, el cerebro es el mayor almacenador de omega-3 de todo el organismo. Los omega-3 son una familia de ácidos grasos sin los cuales el cerebro no funcionaría correctamente. Aunque no los gasta como fuente de energía, los omega-3 cerebral necesitan reponerse con el transcurso del tiempo.

El cerebro humano no produce omega-3, más aún, el organismo tan solo produce 1% del total de omega-3 que precisa. Por consiguiente, los omega-3 que almacenamos en el cerebro provienen del alimento que ingerimos, hasta el punto de que algunos estudios científicos apuntan a que el déficit de omega-3 en las neuronas es una de las causas desencadenantes de enfermedades neurodegerativas y estados depresivos.

No solo de semillas y frutos secos vive el cerebro

El cerebro está de enhorabuena, ya que los omega-3 que tan ávidamente consume y acumula son actualmente uno de los estandartes comerciales de la nutrición saludable en la industria agroalimentaria. Sin embargo, junto con el mayor esmero de las personas por comer saludablemente adaptado a los nuevos estilos de vida, también se crean estilos de dieta selectiva que pueden poner en riesgo la salud mental.

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Una neurona.

Los omega-3 necesarios para la actividad memorística, el equilibrio emocional, las habilidades sociales, la atención, el aprendizaje, la agilidad mental y la prevención del envejecimiento cerebral no se cubrirían adecuadamente si prescindiéramos de los alimentos provenientes de fuentes costeras. Más del 50% de las grasas omega-3 fundamentales que nuestro organismo no fabrica proviene de aceites de pescado (sobre todo pescados azules) y en menor grado de mariscos y algas. Si prescindiéramos de estas fuentes nutricionales y las reemplazáramos únicamente por frutos secos, semillas, aceites vegetales y legumbres no cubriríamos más que una escasa proporción del total de omega-3 que necesitamos para el cerebro.

La mayor parte de los humanos carecemos de la maquinaria metabólica para fabricar algunos tipos de omega-3 a partir de alimentos de origen vegetal

Este aspecto es particularmente relevante para los niños en sus primeros años de vida, cuando el cerebro está aún formándose y creciendo. En los adultos, el cerebro conserva su DHA hasta 557 días, de acuerdo a los estudios neurocientíficos. En consecuencia, no hay efectos dramáticos para el cerebro en dietas bajas en aceites de pescado. Sin embargo, en el largo plazo tener poco omega-3 en el cerebro aumenta el riesgo de alzhéimerpárkinson y otros trastornos (insomnio, déficit de atención, fatiga mental).

¿Por qué comer alimentos del mar?

Porque la mayor parte de los humanos carecemos de la maquinaria metabólica para fabricar algunos tipos de omega-3 a partir de alimentos de origen vegetal. Tan solo se conocen algunas excepciones como algunos pueblos hindúes de alimentación tradicionalmente vegana que durante la evolución han conseguido superar las barreras metabólicas para no ser deficitarios de omega-3.

Si no eres una persona de las agraciadas con la capacidad metabólica para fabricar omega-3 endógeno y cubrir la alta demanda de esta grasa esencial, la actividad neuronal se podría ver comprometida. De hecho, tan solo con esta lectura es probable que tu cerebro haya gastado algo de omega-3 que necesitará reponer en el futuro.

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