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El estrés crónico engorda.

Cuando empieza a marcharse el invierno nos inquieta si entrarán las carnes en la ropa primaveral del año pasado y nos lanzamos a dietas de adelgazamiento.Lo peor es que a veces no se pierden los kilos deseados a pesar de seguir una dieta hipocalórica. Entre las razones que pueden influir se encuentra que quizás más que comer menos sería conveniente relajarse más. El estrés y la angustia generados por la propia decisión de seguir un régimen pueden hacernos acumular grasa y aumentar el apetito.

Cuando empieza a marcharse el invierno nos invade la angustiosa pregunta: ¿Entrarán mis carnes en la ropa primaveral del año pasado? Ante la incertidumbre, la resolución inmediata suele ser iniciar unos de esos regímenes de “nada de pan, nada de alcohol, nada de postres, nada de grasas, nada de…”. En paralelo a esta decisión, la mente empieza a presagiar la sensación de sacrificio y sufrimiento para combatir el hambre y el antojo que suelen acompañar un régimen de adelgazamiento.

Lo peor es que a veces no se pierden los kilos deseados a pesar de seguir una dieta hipocalórica. Entre las razones que pueden influir se encuentra que quizás más que comer menos sería conveniente relajarse más. El estrés y la angustia generados por la propia decisión de seguir un régimen pueden hacernos acumular grasa y aumentar el apetito. La acción de algunas hormonas puede estar en juego.

En definitiva, puede que la mejor solución para bajar de peso sea tranquilizarse, practicar ejercicios mente-cuerpo (yoga, meditación, mindfulness, etc), hacer algo de ejercicio (por ejemplo, caminar a buen paso un rato todos los días) y comer cantidades normales y variadas.

La hormona del apetito aumenta con la ansiedad y el estrés

La grelina es una hormona que estimula el apetito y participa en el metabolismo de grasas y azúcares. Además llega a la sangre del cerebro y regula funciones asociadas con la gestión del nerviosismo. Se sabe que cuando estamos estresados se alteran los niveles de grelina, lo que afecta a su vez el comportamiento, el humor y el metabolismo. En otras palabras, el estrés generaría mayor grelina lo cual induciría más apetito. Algunos estudios recientes afirman que esta hormona del apetito también desempeña un papel en el estrés, ansiedad y depresión. La grelina podría proteger de la carga psicológica producida por un estrés constante, con la contrapartida de que promovería el sobrepeso.

Como su nombre indica, cuando decidimos comer menos se puede aumentar la producción de la hormona del apetito incluso justo después de haber terminado de comer, lo cual resulta todavía más frustrante y puede generar estrés añadido más que conseguir saciarnos.

Además, la grelina también puede estimular la producción de cortisol, otra hormona que aumenta cuando estamos estresados.

El yin y yang del cortisol en el estrés crónico

El cortisol realiza múltiples acciones, a menudo, se clasifica como “hormona del estrés”. Desempeña varias funciones en el metabolismo, como es mantener los niveles normales de glucosa en la sangre.

En situaciones normales, el cortisol tiene niveles más altos por la mañana temprano y después de almorzar. Si bien esta hormona contribuye a generar glucosa a partir de las grasas, esta hormona no produce los mismos efectos cuando aumenta de manera puntual que cuando está elevada irregularmente.

Cuando los niveles de cortisol se disparan con más frecuencia de la que debería se puede producir el efecto contrario: es decir aumentar la producción de grasa que se acumula en la parte de la barriga.

El estrés reduce la sensación de saciedad

La leptina es una hormona que nos induce la saciedad después de haber comido. De esa manera, disminuye la sensación de apetito. A veces cuando el organismo no se siente saciado después de comer puede ser consecuencia de que la leptina no ha alcanzado los niveles normales para que dejemos de comer.

De hecho, muchas personas con sobrepeso u obesidad desarrollan lo que se denomina “resistencia a la leptina” lo que les hace tener menor sensación de saciedad y comen en exceso.

Los estudios recientes indican que la leptina también se ve afectada por el estrés, lo que reduciría la saciedad al comer.

Vivir para comer

Por último, hay otros muchos factores asociados con el estrés que aumentan el apetito: dormir poco, desajustes en los horarios de comidas, tomar poca fibra (abundante en verduras y legumbres) y el consumo de anti-depresivos y ansiolíticos.

En definitiva, a veces la comida no cubre necesidades metabólicas reales sino que busca intentar llenar huecos y espacios vacíos que generan un estilo de vida estresante.

Quizás para entrar en la ropa de verano de la próxima temporada sea conveniente tomarse la vida con más calma y tratarse con cariño. La comida puede que se convierta en un factor secundario.

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